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En un entorno político caracterizado por el escepticismo y la mediocracia, la solidaridad comunicativa es un primer paso hacia un orden político menos primitivo

Por Gabriel Moreno (profesor – investitador del ITESO)

Alineados a la perspectiva clásica de la teoría democrática los discursos de las instituciones públicas y mediáticas sugieren que los mexicanos debemos votar en las próximas elecciones para cumplir con nuestras obligaciones ciudadanas. De muestra baste el botón del IFE, que en su sitio en Internet (parafraseando), habla de votar como la expresión de participación ciudadana que hace grande a un país.

Queda claro, sin embargo, que una cantidad significativa de los ciudadanos estamos poco interesados en el voto. En las elecciones presidenciales del 2006, por ejemplo, sólo votó 58% del electorado, lo cual se acompaña en la actualidad de un clima escéptico ejemplificado por el movimiento a favor del “voto nulo”, y que politólogos importantes proponen como una propuesta cívica.

Viene a cuento preguntarse, considerando lo anterior, ¿cuál es el papel de los ciudadanos ante el contexto electoral que domina los encabezados de la comunicación vertical propagada por los medios tradicionales? Para algunos la respuesta no requiere debate: votar es responsabilidad del buen ciudadano. Sin embargo, ¿cuál es la ruta a seguir para aquellos que consideramos que de la oferta de “presidenciables” no se hace uno? ¿Qué hacemos los que pensamos que la democracia debe caracterizarse antes que nada por gobiernos bajo el control de los ciudadanos?

Creo que el primer paso es construir espacios de ciudadanía que rompan con el esquema participativo de la teoría liberal. En este contexto pueden invocarse las dimensiones social, política, civil y cultural de la ciudadanía (las primeras tres categorizadas por Thomas H. Marshall), para que cada uno de nosotros encontremos en estas dimensiones nuestra forma de hacer ciudadanía.

Se dice fácil, hacerlo es por supuesto un reto lleno de obstáculos, sobre todo cuando problemas como el desempleo, la enfermedad e inseguridad bloquean para muchos la posibilidad de pensar como ciudadanos.

Me parece que un punto de partida hacia una solución es ponerse siempre en “los zapatos del prójimo” (más allá del contexto coyuntural de la metáfora), y a partir de ello participar en una conversación equilibrada en los intereses mutuos de quienes la sostienen.

Este proyecto de solidaridad comunicativa va más allá de ser un buen deseo, se trata de un entendimiento pragmático, que aunque parta de trivialidades conduzca hacia caracterizaciones de ciudadanía menos primitivas que las que actualmente ofrecen las instituciones, grupos y sujetos de interés que montan el espectáculo mediático.