Seleccionar página

Los años noventa y Rita Guerrero
Por Juan Larrosa

En la primera mitad de los años noventa dedicaba algunas de mis tardes a deambular por las calles de la colonia Seattle, sus linderos y por lo general, me gustaba dar largas caminatas que muchas veces desembocaban en Plaza Patria. Ahí me metía durante horas a “Musical Lemus” a revisar los títulos nuevos de música que llevaban a la tienda. En esos años mis papás compraron dos discos de Los Caifanes (Caifanes y El Diablito) y yo, que apenas era un párvulo de doce años, me conformaba con ahorrar para comprar algunos cassettes que se ajustaran a mis walkmans. Así fue como llegó a mis manos la primera producción de Santa Sabina (1992) titulada de forma homónima y desde entonces este grupo fue de mis favoritos, pero particularmente quedé impresionado por la voz de Rita Guerrero y sus movimientos tan poco convencionales.

Los años noventa, ahora vistos a la distancia, marcaron pautas muy particulares en el desarrollo de las industrias culturales. Fue el boom de MTV en América Latina y la consolidación de lo que se conoció como “rock en tu idioma”. En aquellos años comenzaron a despuntar Soda Stereo, Los Caifanes y un conjunto de grupos de rock que cantaban y componían en español, pero lejos ya (afortunadamente), de las magras calcas “rockeras” de Enrique Guzmán y César Costa de las décadas de los sesenta y setenta. Fueron momentos de apertura económica, pero también cultural. En las tiendas de autoservicio comenzaron a aparecer productos, pero sobre todo marcas, que antes solamente se podían encontrar en el extranjero y que desde entonces la clase media mexicana pudo tener acceso. Esto también valió para los productos culturales: en las tiendas de música se podían encargar piezas de otros países, si bien no con la celeridad y precisión que ahora ofrece Internet, sí con mayor variedad que en décadas anteriores.

Un buen día escuché en Radio Universidad que Santa Sabina iba a tener una presentación en vivo en el Roxy. Nunca había asistido a ese foro de conciertos y mucho menos me permitían andar solo por la ciudad en la noche. Sin embargo, luego de algunas terapias de convencimiento, Haui (mi carnal de vida) y yo, logramos el permiso para asistir al recital de Rita Guerrero y compañía. Los recuerdos, francamente, ya son un poco borrosos, pero en mi mente tengo una imagen en la que mi amigo y yo aparecemos sentados por largo rato en el suelo inclinado del Roxy, mientras observábamos cómo iba llegando el resto de la gente. Veíamos, con mucho asombro, a aquellas personas que poco a poco se convirtieron en lo que después algunos antropólogos denominaron como tribus urbanas, pero también nos topamos con la comunidad de artistas plásticos locales y con todo el grupo que en ese tiempo organizaba las famosas fiestas danceterías y que fueron el preludio para que se gestara un fuerte movimiento cultural en torno a la música electrónica en Guadalajara. El Roxy se llenó y el concierto fue una maravilla. Llegamos a casa con la ropa impregnada a olor a cigarro, pero todavía con las melodías frescas de Santa Sabina en las orejas. Mi mamá quedó convencida que desde ese día nos habíamos convertido en viciosos del tabaco, pero en realidad caímos en las redes de la entonces todavía muy joven Rita Guerrero y su figura de vampiresa urbana.

Durante los casi veinte años siguientes no les perdí la pista a estos músicos. Dejé de comprar cassettes y me hice de sus discos compactos, los cuales desaparecieron en un robo a mi casa durante los primeros años del nuevo milenio. De Santa Sabina tengo recuerdos de otros conciertos en el Roxy, como aquel que tuvieron que suspender porque los asistentes estaban ansiosos de que entrara Cuca, y entre grito y grito lograron acortar su presentación. También tengo grabadas las imágenes de un concierto acústico en el Teatro del IMSS, pero particularmente de uno que iba a llevarse a acabo en los jardines del TEC de Monterrey y que fue suspendido por una tromba que azotó a la ciudad. Sin embargo, los que nos quedamos esa noche a pesar de la lluvia, pudimos presenciar un improvisado concierto acústico en un pequeño auditorio de esta universidad, y yo, como un groupie descarado, fui feliz al estar en una actuación tan íntima de la Guerrero.

Conforme la década de los noventa fue acercándose a su final, todo el movimiento de rock en español comenzó a desinflarse. Los sellos discográficos y estaciones radiofónicas que comerciaban con el rock mexicano fueron desapareciendo y dando paso a otro tipo de propuestas musicales: el pop invadió las pantallas de MTV y algunos grupos de rock mexicano comenzaron a envejecer, otros (muy pocos), lograron dar un salto al ámbito internacional. También cambiaron los circuitos de consumo cultural: las tiendas de discos como Casas Wagner, Yamaha, Musical Lemus o tiendas de culto mucho más pequeñas, cedieron su lugar a una cadena internacional como Mix UP (irónicamente, en días recientes, esta compañía cerró una de sus sucursales en Plaza del Sol, una muestra del nuevo cambio que se está gestando en la industria discográfica); los conciertos dejaron de hacerse en el Roxy, en la Concha Acústica y o en la Plaza de Toros y que por lo general eran producidos por pequeños empresarios culturales de origen local, y empresas como OCESA o la Universidad de Guadalajara los relevaron con espacios como el Auditorio Telmex, el Teatro Estudio Cavaret, el Teatro Diana o la Arena VFG. Además, ya no consumimos música en tocadiscos, walkmans, e incluso, reproductores de discos compactos, ahora en un pequeño aparato como un Ipod puedes portar miles de títulos musicales y escucharlos en cualquier orden que pueda ser inventado.

Hace cuatro años, cuando me mudé de casa, todavía conservaba un cassette (azul casi morado) de Santa Sabina que estaba maltrecho; lo guardaba más por conservar el papelito con fotografías y canciones que ahora llaman arte, que por la intención de escucharlo una vez más, y sin pensarlo mucho lo dejé en el cesto de basura. En estos días, la muerte de Rita Guerrero despertó en mí la nostalgia por aquellos momentos de la Guadalajara noventera, de las noches de conciertos y de las largas visitas a las tiendas de música, de los walkmans y de la fiebre por el rock en español. En veinte años el orden de cosas ha cambiado vertiginosamente: las industrias musicales se aferran a seguir sobreviviendo en sus viejos esquemas y la cultura popular adopta nuevas formas.

Los amigos de Rita ya nos contarán con detalle de todos sus episodios con Santa Sabina, pero también los del teatro y de otros terrenos de la música en los que también se desarrolló. Por lo pronto, nos quedamos con el talento, la vitalidad y sensualidad de Rita en los escenarios, con las postales de sus conciertos, inolvidables, en distintos foros de la ciudad.