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Por: Melissa Cervantes Vidrio

El abismo entre las clases sociales se percibe con más intensidad en países de tercer mundo, no solo por la proporción entre personas con dinero y personas sin dinero, sino por las alternativas que la propia sociedad (que si bien no te las ofrece) te deja para que “elijas o elijas”.

La fórmula es muy sencilla: Miseria + Desesperación = Otras “alternativas”.

Christian Poveda (1955-2009) fotógrafo y cineasta hispano-francés relata con una cámara de mano y un pacto de sangre cómo la fórmula se aplica, comprueba y reitera en la vida de aquellos jóvenes que han decidido dejar su futuro a manos de otros, con quienes comparten la violencia, el dolor y la agonía.

Las organizaciones criminales conocidas como “Maras Salva Truchas” (jerga que se puede traducir como ‘Grupo de Salvadoreños en constante Alerta’, aunque no suene tan atractivo) adoptan, instruyen y a la vez destruyen a los jóvenes quienes, atraídos por la baja vida y los placeres efímeros, abandonan todo por una causa conglomerada y políticamente aceptada entre ellos mismos: Vivir, Sufrir y Morir.

La Vida Loca (2008) es el documental en el que Poveda muestra al mundo el verdadero modo de vida de los “mareros”; furia desmedida, asesinatos, persecución y delincuencia a grandes niveles. Poveda tuvo que firmar un “pacto con el diablo” para poder entrar a ese mundo, que la mayoría de la gente desconocemos aunque nunca negamos su existencia.

Las maras son integradas por chicos y chicas, la mayoría de ellos son menores de edad que se dedican principalmente al tráfico de armas y drogas, secuestro y asesinato a sueldo. Además todos ellos tarde o temprano llevarán (orgullosos en casi todos los casos, y en algunos con temor y recelo) tatuados en su piel símbolos de la mara a la que son pertenecientes.

Pertenecer a una mara es pertenecer a una familia que nunca existió, los “mareros” generalmente son chicos que huyeron de sus hogares en busca de una vida fácil y libre de prohibiciones, en sí se fueron a vivir La Vida Loca. Pocos de ellos lograron terminar la secundaria y tan solo uno de los personajes que aparecen en este documental llegó a terminar la preparatoria.

Si bien estos jóvenes han logrado procurarse una vida un tanto mejor que la que tenían en sus antiguos hogares, esto no significa que la vida de un mara sea fácil. Enfrentamientos con la mara rival son el pan de todos los días, esto es algo que se sabe desde el momento en que decidieron unirse a la pandilla. Se debe vivir y morir para la mara y por la mara. Las calles de San Salvador se han visto sembradas por los cadáveres de jóvenes cuyo único pecado fue pertenecer a la mara rival.

Christian Poveda trata el tema con seriedad y paciencia, ofrece imágenes crudas pero reales. Sin justificar ni defender al modo de vida del marero, lo exhibe al desnudo.

A poco más de un año de haber terminado la realización del documental “La Vida Loca”, Christian se encontraba gustoso de que éste se estuviera vendiendo tan bien en el mercado pirata. Todo parecía pintar bien e incluso el cineasta había comenzado a formular un nuevo proyecto relacionado con las Maras, donde intentaría profundizar en la participación de las mujeres dentro de las mismas.

Sin embargo por ese tiempo Poveda recibió  en reiteradas ocasiones visitas por parte de las autoridades policiacas de  El Salvador, mismas que le solicitaron parte de la información que Poveda obtuvo a lo largo de su estadía con las maras. Hasta la fecha se desconoce qué fue lo que sucedió a raíz de estas visitas, y si en algún momento Christian se convirtió en un soplón.
Los mareros por su parte consideraron que la información confiada a Poveda fue revelada, puesto que sorpresivamente la policía comenzó a “agarrar” a sus hermanos de la Mara 18.

A 16 kilómetros de la localidad donde por 16 meses Christian se adentró a la peligrosa y fugaz vida de las Maras, fue muerto a tiros por aquellos quienes le confiaron sus secretos, su vida y por ende, le reiteraron a punta de cañón la manera en que esas organizaciones castigan a los traidores.