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Opinión – Participación ciudadana en jornada electoral

El reto: que salgan a votar

Francisco de Anda

31 de mayo de 2015

La participación ciudadana en los comicios intermedios del 7 de junio próximo será «clave» para definir al ganador de la contienda.

De registrarse una afluencia pobre de votantes a las urnas, el voto duro de partidos políticos como el PRI podría adquirir relevancia y convertirse en factor decisivo de triunfo.

Aunque si los potenciales votantes deciden acudir a sufragar en porcentajes iguales o por arriba de la votación promedio, las posibilidades de triunfo de las opciones de cambio como Movimiento Ciudadano se incrementarían.

Paulina Martínez, de la Maestría en Ciencia Política de la UdeG, advirtió que el voto duro de algunos partidos ya no tiene tanto peso como lo tenía anteriormente, aunque reconoció que sí puede, en un momento, dado inclinar la balanza.

«Sin duda existe el voto duro, creo que en menor medida que en el pasado y sí efectivamente es una apuesta de algunos partidos», señaló la académica.

«Eso lo que está viendo la Oposición, por eso están llamando a acudir a las urnas, entonces sí considero que puede ser una estrategia y que, de hecho, es algo que en todas las elecciones ha tenido un peso».

Un efecto similar al del abstencionismo es el que pudiera provocar la anulación del voto, estimó Martínez, quien consideró que los ciudadanos que optan por cualquiera de esas dos vías se equivocan, ya que no abonan al crecimiento democrático de la Entidad.

«Es un error pensar que abstenerse va a mejorar la calidad democrática (del Estado)», señaló. Lo que hay que hacer es votar y solicitar a quien llegue que se mejore la relación entre el ciudadano y el Presidente Municipal, los regidores que juegan un papel importantísimo y que nadie presta atención en ello».

Reconoció que existe un hartazgo de la población hacia los partidos políticos, sin embargo, renunciar a ejercer el voto resta capacidad al ciudadano para que le exija a sus autoridades que hagan un buen Gobierno y que cumplan sus promesas.

El promedio de participación en las últimas 5 elecciones intermedias es de casi el 52 por ciento a nivel estatal, aunque la Zona Metropolitana de Guadalajara suele registrar porcentajes de participación superiores.

La votación más baja de las últimas 5 contiendas intermedias se registró en los comicios de 1985 cuando se tuvo el 40.2 por ciento de participación y la más alta en 1997 con un 60.48 por ciento.

 

Opinión – Importancia del voto ciudadano en perspectiva

Votar o no votar

Mural

Juan Yves Palomar y Juan Manuel Barceló

31 de mayo de 2015

Últimamente las elecciones se han vuelto uno de los temas más recurrentes en las noticias. Conforme se acerca el 7 de junio pareciera fortalecerse cada vez más el discurso en el que

si no votas te conviertes, solo por esa sola decisión, cuando menos, en un mal ciudadano. Bajo esta perspectiva para participar en política solo hay que votar o ser votado. Se asume que a quien no vota no le interesa lo que suceda en su comunidad. Nada más «democrático», dicen. ¿Será? Como si nuestros derechos se ejercieran una vez cada tres o seis años.

Quienes convocan a votar mediante campañas electorales fallan cuando tratan de proyectar como un sujeto irresponsable a quien decide no participar en un evento que los mismos participantes (la población) consideran está viciado de origen. Solo el 27 por ciento de la población mexicana considera que las elecciones que se realizan en el país son confiables según una encuesta encargada por el mismo INE en abril de 2015 (Milenio, 27 de abril de 2015).

Si las mayorías consideran que el ejercicio no funciona, yo pregunto: ¿cómo se puede ser tan egocéntrico para voltear y decir, por ejemplo: «si no votas, no te quejes»? El 50 por ciento de los encuestados en el estudio dijo tener la sensación de que las elecciones no son confiables. Queda claro de entrada que quienes señalan a los que no votan están más cerca de ser los irresponsables, pues al parecer no están interesados en dialogar con ese 50 por ciento por otra vía que no sea la electoral. Con ello no hacen otra cosa más que infantilizar a la población poniendo en duda su capacidad de decisión y actuación. He aquí una posición discriminatoria desde algunos encargados de las instituciones y sus socios hacia el resto de la sociedad que está en su derecho de elegir entre votar o no. Y luego algunos se preguntan por qué no hay concurrencia en el ejercicio.

Junto con lo anterior es importante recordar que el sistema político electoral que funciona hoy en día pese a lo que muchas veces se trata de hacer creer, no es una construcción autónoma, fue impuesto a fuego y sangre. La forma de gobierno desprendida del modelo constitucional fue retomada de Estados Unidos y Europa desde hace cientos de años por un entramado de familias que a través del tiempo, primero en la Independencia y luego en la Revolución, han formado una élite que opera y se extiende a través de las generaciones en forma de grupos fácticos dentro y más allá de instituciones públicas, muchas veces encubiertos bajo la forma de empresas que operan en los mercados nacionales e internacionales.

Algunos, muchos, a veces por herencia o por nuestros actos, encarnamos o escenificamos la colonia que pensamos haber dejado atrás. Esto parece suceder con todo México también. Las renovaciones de los gobiernos desde la «transición» han sido de todo menos transparentes, equitativas y libres. Los mismos números institucionales lo confirman, la dinámica vertical, el control de unos pocos, la manipulación de los medios de comunicación y la exclusión de millones se mantienen como una constante.

Es en este contexto que participar más allá de las urnas es un acto de dignidad y de reivindicación de nosotros mismos. Una forma de afirmar nuestra historia y la memoria de los hechos desde nuestros pasos. Una manifestación de amor hacia los miles que el Estado a través de sus instituciones y su verdad histórica han decidido no escuchar, olvidar y asesinar. Un abrazo de silencio para aquellos que vieron interrumpidos sus sueños y la posibilidad de retomar su memoria y hacerla nuestra, la de todos.

***

Como nunca antes la sociedad ha debatido en estos últimos meses en torno a la mejor manera de hacerle ver al sistema político mexicano el hastío y enfado que se ha apoderado de ella. En este debate se escuchan muchas propuestas, la mayoría de ellas erráticas, equivocadas; en el mejor de los casos insuficientes.

Se ha impuesto mayormente la, insisto, equivocada idea de que anulando el voto o absteniéndose de votar se castigará al sistema, a sus partidos y en especial al PRI, y se le hará ver que ya no las trae todas consigo. Nada más equivocado.

Esto de anular los votos o de ausentarse de las urnas debió haberse hecho hace muchos años, cuando era el propio gobierno el que organizaba las elecciones y cuando entonces sí necesitaba miles de actores en el escenario teatral que preparaba cada tres años.

Los tiempos han cambiado. Las leyes también. Muchas de ellas modificadas para proteger ya no tanto al Gobierno sino al vetusto sistema de partidos que tenemos por ahora en México.

Pero cuando toca ya a la puerta la jornada electoral, la del próximo domingo, es tiempo de pensar muy bien qué vamos a hacer en la urna y, si es necesario, enmendar.

Que no nos engañen. Quien se abstenga de votar o haya decidido anular su voto no perjudicará a nadie que no sea a sí mismo. Y es que los votos nulos desaparecen muy pronto del escenario electoral. En cuanto se cierra la votación y se hace el escrutinio y cómputo, los votos nulos dejan de tener sentido y solo serán un número, una estadística, en el acta respectiva, no más; ahí se separarán y dejarán de ser materia del proceso jurídico administrativo que le seguirá a la jornada.

La votación efectiva (votación que resulta de eliminar votos nulos, votos por candidatos no registrados y votos emitidos a favor de los partidos que no alcanzaron el umbral de representación ni la barrera legal) es la que servirá de base para la toma de decisiones sobre cuántos diputados de Representación Proporcional le tocarán a cada partido, qué monto de dinero público o financiamiento recibirán, cuánto tiempo dispondrán en radio y televisión, etcétera. Entonces, ¿cuál es el beneficio que se obtiene con la anulación o con la abstención? Ninguno.

La verdad es que los partidos políticos, sus dirigentes, los políticos mismos y todo el sistema político conoce y está consciente de que los ciudadanos exigimos un cambio, pero un cambio en el rumbo del País, no un cambio de colores o de nombre, como el que ya tuvimos en el año 2000.

Resulta ingenuo pensar siquiera que con este tipo de manifestaciones vamos a poner a temblar al añoso sistema político nuestro. Ya un ex Presidente nos lo restregó en la cara: «Con el solo voto de mi madre hubiera sido suficiente para que yo ganara la elección».

Así que este domingo 7 deberemos presentarnos en la casilla y votar, ese es el único lugar donde sí tenemos opción: votar por la mejor oferta que nos ofrecen los partidos, por la menos peor si se quiere, o simplemente por alguna otra que consideremos que vale la pena; para esta última habrá un espacio en la boleta.

En la medida en la que los ciudadanos anulen su voto o se abstengan, como está la ley, los partidos y los políticos solo se fortalecen con espacios de poder, recursos y tiempos en los medios de comunicación.

Alcanzar la patria que anhelamos no es asunto de un día, así sea el de la jornada electoral. Para construir lo que ahora tenemos nos ha llevado 80 años, repararlo nos llevará otro tanto. Pero habrá que empezar ya.