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16 de noviembre – Reforma

Guadalupe Loaeza

Todavía me encontraba en Francia, cuando me enteré por internet de que Juan Angulo, un colega que conocí hace muchos años, director del diario El Sur en Acapulco, había sido víctima de un ataque para inhibir la libertad de expresión en el estado. El miércoles 10 de noviembre, un comando disparó a las afueras y en el interior de la redacción. No contento de su acto tan violento, intentó quemarla. Afortunadamente nadie salió lastimado y sólo hubo crisis nerviosas. «No quisiéramos que se desdibujara el atentado que sufrió anoche el periódico, que se desdibujara como parte de este clima de violencia generalizada, que por supuesto existe y se tiene que investigar, pero que también se sigan otras líneas de investigación», demandó el periodista. La noticia, a 10 mil kilómetros de distancia, me impresionó sobremanera. Mi indignación se intensificó aún más, al recordar cada una de las intervenciones de quienes habían participado hacía apenas unos días en la mesa de Libertad de Expresión del XI Foro Biarritz. Sin duda ésta fue una de las mesas que más impactó debido seguramente a que la mayoría de los participantes éramos periodistas mexicanos dispuestos a denunciar la gravísima situación que vive actualmente nuestro país en relación a los periodistas asesinados en manos de los cárteles del narcotráfico. «El periodista mexicano tiene cada vez menos confianza de poder morir en paz. La coyuntura actual es de extrema gravedad. Han sido asesinados 64 compañeros, una veintena están secuestrados o quizá ya muertos, casi mil han sido víctimas de agresiones físicas que van desde el ser golpeados en la cabeza con una pistola hasta el oír estallar una granada en las puertas de su redacción, todo en la década reciente, y con una tendencia en aumento», Diego Osorno, periodista de Milenio y autor de El cártel de Sinaloa. Una historia del uso político del narco, de Editorial Grijalbo, considerado por el suplemento El Angel de nuestro periódico, como uno de los libros del 2009. Sus palabras caían como plomo en medio de un silencio pesado. Ernesto Samper, ex presidente de Colombia, Carlos Mesa, ex mandatario de Bolivia y el columnista de El País, Miguel Angel Bastenier, mismos que presidían la mesa, escuchaban al periodista mexicano, con caras largas. «En mi país los reporteros caen como moscas y el periodismo no es el oficio más bello del mundo, sino uno en peligro de extinción», continuaba diciendo Diego. Armando Padilla conductor de CNN, la columnista colombiana María Ximena Dussan y el académico francés Dominique Wolton no le quitaban la mirada al expositor. En la mesa también participaban Carmen Aristegui, Beatriz Zavala, Rosario Green, Gabriel Guerra, Leonardo Curzio. Después de Diego, intervino Dussan, editorialista de Semana de Colombia: «la mejor forma de combatir la violencia es la solidaridad entre los miembros de la profesión y evitar protagonismos. Así sucedió en Colombia, durante 7 meses todos los medios escritos y electrónicos, publicamos exactamente las mismas noticias. Hoy por hoy, un periodista colombiano es un periodista seguro». En este sentido, Roberto Pombo, director del diario colombiano El Tiempo, hizo hincapié en la solidaridad que debe de existir entre los colegas de los medios más amenazados por la narcoviolencia. «Es como un escudo que protege», dijo.

Cuando finalmente llegó mi turno de hablar, sentía la boca seca. Estaba nerviosa, pero sobre todo, me sentía afectada por lo que ya habían declarado mis compañeros. Lo peor es que resultaba totalmente reiterativo: «¿Hablar libremente en el Foro de Biarritz lo que en realidad está sucediendo con la prensa mexicana, o no hacerlo por temor a abordar un tema que no hará más que confirmar que mi país es el lugar más peligroso para ejercer el periodismo y que ocupa los primeros lugares de periodistas asesinados? ¿Debo o no debo decirles que las celebraciones del Bicentenario de nuestra Independencia fueron las fiestas más tristes de la historia de México y que ese día, el 15 de septiembre, las calles de la ciudad estaban desérticas, y que en ellas no se veía ninguna manifestación festiva, porque no había nada que celebrar? ¿Contar o no contar, que en muchas ciudades y poblaciones, las y los mexicanos prefirieron no salir a las plazas públicas para gritar ¡¡¡Viva México!!!, por temor a los matones? ¿Reproducir en los diarios o no reproducir los mensajes de las narcomantas por miedo a hacerles el juego a los sicarios y al mismo tiempo enviar mensajes a los otros bandos? En medio de este terrible marasmo que vivimos diariamente los periodistas mexicanos, ¿dónde está el derecho a la información?».

Conforme avanzaba en la lectura, me comencé a sentir culpable. Tenía la impresión de que estaba traicionando a mi país. ¿Cómo me permitía «lavar la ropa sucia» frente a tantos colegas nacionales e internacionales? No me arrepiento. Lo hacía porque sé que en mi país siguen impunes la mayoría de los casos de periodistas asesinados. Sin duda también era una forma de solicitar la solidaridad de periodistas europeos y latinoamericanos hacia los colegas, como Juan Angulo, del periódico El Sur de Guerrero, que estuvo a punto de morir por el solo hecho de informar con libertad de expresión. Derecho que tenemos los periodistas y los lectores.