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Captar la atención del público, en un océano de ofertas y posibilidades, se ha convertido en el objetivo mismo del quehacer empresarial. Los segundos que pasa un espectador ante una pantalla de Internet o de televisión son oro molido para el que logra captarlos, y que luego, multiplicados por miles o millones, construye uno de los más valiosos activos de la nueva economía.

Eso es lo que ubica a eventos como el Mundial de Futbol en la cúspide de la pirámide de valor; pocas oportunidades existen de captar, por más de un mes, la atención de millones de personas a lo largo y ancho del planeta. En ese contexto, el esfuerzo del organismo rector del futbol mundial por apropiarse de todas las expresiones inherentes y derivadas van desde lo explicable hasta lo patético.

Una de las manifestaciones más elocuentes de estos afanes la hemos presenciado con las acciones intentadas por FIFA en contra de empresas que adquieren boletos de partidos del Mundial para rifarlos entre sus clientes, y que han llevado al organismo a conductas que violan flagrantemente leyes públicas al invalidar los boletos y negar el acceso a sus portadores.

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