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Miguel Ángel Granados Chapa
Este trigésimo tercer aniversario de Proceso, celebrado el 6 de noviembre, es el primero que ocurre sin el acompañamiento espiritual de Pablo Latapí Sarre. Aunque dejó de publicar en sus páginas en 2002, debido a una enfermedad que logró superar, nunca se distanció de este semanario, a cuya planta de colaboradores perteneció desde el primer día. Tan abundante fue su contribución a la revista, que la Universidad Autónoma de Aguascalientes pudo publicar siete volúmenes con sus artículos, contando únicamente los aparecidos entre 1992 y 2000. La obra se tituló Tiempo educativo mexicano y apareció en 2001.
Aunque la enfermedad que lo llevó a la muerte (ocurrida hace apenas tres meses, el 4 de agosto) se manifestó el año pasado, cuando se presentó el séptimo volumen de la colección, el mal que en ese tiempo lo aquejaba hizo que don Pablo supusiera ya cercano su tránsito, pues consideró que ese tal vez sería el último tomo a cuyo nacimiento asistiría. Y en efecto así fue, porque meses más tarde dejó de colaborar con el semanario, al igual que se alejó de cargos honoríficos y otras responsabilidades. En su artículo postrero explicó y valoró el papel que atribuía a sus colaboraciones periodísticas, iniciadas en 1964 cuando atendió la invitación de Julio Scherer a escribir para las planas editoriales de Excélsior. En aquel entonces Latapí dirigía el Centro de Estudios Educativos (CEE), una de sus aportaciones centrales a las pesquisas sobre la educación y anexos, y Scherer era ayudante de la dirección general del diario, responsable de la sección editorial:
«Escribir en la prensa vino a concretar de modo importante mi responsabilidad social de investigador; me obligó a estar alerta a los acontecimientos cotidianos de la educación, a relacionar mis lecturas y proyectos con las necesidades de mi país, y me facilitó encauzar el conocimiento especializado hacia su natural vocación de llegar a la gente y formar opinión pública.»
A su labor periodística en esta casa y en la anterior se refiere Susana Quintanilla en el libro que escribió al alimón con el propio Latapí, terminado de escribir seis o siete semanas antes de que muriera el célebre pionero o sistematizador de la investigación educativa en México:
«No se circunscribió Latapí a sus actividades en el CEE. Más o menos por la misma época en que puso en marcha esa institución, empezó a escribir regularmente en aquel Excélsior dirigido por Julio Scherer, al que su solvencia periodística, las vicisitudes políticas y el paulatino deterioro de la prensa acabaron por conferirle un aura casi mítica. Y entre 1976 y 2002, con un intervalo de poco más de dos años que pasó en Europa, Latapí fue infaltable colaborador de la revista Proceso, en cuya fundación él mismo tuvo algún grado de participación. Durante su itinerario periodístico –artículos suyos aparecieron en otras publicaciones, pero no con la regularidad y asiduidad de los reproducidos en las dos mencionadas–, Latapí opinó sobre asuntos muy diversos, buena parte de ellos relacionados con la cuestión educativa y la desigualdad social. A esta cuestión aludía el primer artículo que publicó en un periódico –más precisamente en el Excélsior del 8 de enero de 1964– y al que su autor calificó posteriormente de ‘demasiado académico, racional y chato’. »
Nacido en 1927 en la Ciudad de México, Latapí ingresó tempranamente en la Compañía de Jesús, de la que se apartó sin conflicto en 1976 como parte de una evolución personal que, entre otras consecuencias, lo llevó a contraer matrimonio con María Matilde Martínez y a reafirmar, sin compromisos institucionales, su idea de Dios, de su presencia entre las personas. Durante medio siglo, con investidura sacerdotal o sin ella, se consagró a la educación, ya fuera como práctica pedagógica o como materia para sus investigaciones. Fundó instituciones, creó grupos de trabajo, realizó abundante obra personal e impulsó la de muchos investigadores, buscó influir en la política educativa asesorando a secretarios de Estado, representó a México ante la UNESCO y recibió distinciones de gran importancia. Cerca de su ocaso tuvo entereza para narrar su aproximación al fin, en el libro Finale prestissimo, cuyos autores, según expresa advertencia suya, fueron él mismo y la doctora Susana Quintanilla, integrante de la División de Investigación Educativa del Centro de Investigación y Estudios Avanzados (Cinvestav) del Instituto Politécnico Nacional. En el apartado Cáncer y muerte, con el que se inicia el colofón titulado Ante la inminencia de la muerte, dijo Latapí en mayo pasado:
«Mis tumores cancerosos en un pulmón y en el hígado empezaron sin que yo lo supiera a principios de 2008; por casualidad me los detectaron, ya bastante crecidos, a fines de 2008. Tomé la decisión, compartida por mi esposa, de no recurrir a ningún tratamiento extraordinario (quimio o radioterapia) por dos razones. La primera y principal porque considero que he tenido una vida muy feliz y llena de realizaciones, y que todo ser humano está destinado a morir, y en mi caso, por mi edad (82 años) esto ya debe ocurrir. La segunda, porque quiero morir con dignidad; sería para mi lastimoso subordinar mis últimos días a ‘tratamientos’ que quizá alarguen cuando mucho mi vida unas semanas; prefiero morir rodeado de cariño y emplear el tiempo disponible con dominio sobre mis decisiones, hasta donde sea posible.
«El pronóstico de los oncólogos en enero fue que tendría entre cuatro y seis meses de vida, o sea hasta junio de 2009. En la evolución de mi enfermedad, hasta el momento de redactar estas líneas, mayo de 2009, distingo dos épocas después de la detección: en los dos primeros meses (enero y febrero), mis síntomas no se agravaron, lo cual me hizo pensar que mi enfermedad no era tan agresiva, pero en marzo y abril esto cambió drásticamente: he perdido 10 kilos de peso, se ha disminuido mi capacidad respiratoria; cada día pierdo algo de fuerza para caminar y sobre todo siento una fatiga muy intensa. Antes creía que la muerte por cáncer se debía a que los tumores atacaban algún órgano; aunque puede ser eso, en realidad no es la acción del tumor sino una reacción biológica, inexorable y ‘loca’ de todo el organismo al sentirse amenazado por el cuerpo extraño. Por esto el organismo procede ‘a matarse a sí mismo’: se trastocan gradualmente todas sus funciones, se devora todo el tejido muscular hasta quedar en los puros huesos».
Durante los meses previos a su muerte, Latapí escribió notas agrupadas en tres capítulos, bajo el título general de Glosas de la educación: el primero se llama La SEP y la política educativa; el segundo, Maestros y pedagogía, y el tercero, Vivencias y valores personales y religiosos. Este último es una summa humanística, un resumen de su dilatada sabiduría, un compendio de la ética que rigió su conducta. Por ejemplo, desde su papel de científico social y de creyente escribió:
«Todos los seres humanos tenemos más preguntas que respuestas; es esta una asimetría existencial que nos persigue de la infancia a la vejez, como característica esencia de nuestra especie. Las preguntas fundamentales, las de sentido –¿quién soy?, ¿qué es mi vida?, ¿qué es mi muerte?, ¿qué puedo conocer?, ¿qué debo hacer?, ¿qué puedo esperar?, ¿hay Dios y es posible comunicarme con él?–, están en pie. Ante ellas las ciencias tienen muy poco que decir; ante ellas, a veces, la experiencia de Dios puede iluminarnos, si se dan ciertas condiciones: silencio interior, humildad, desprendimiento de las cosas, aceptación de nuestros desamparos y apertura amorosa al prójimo. Esto es para mí la fe.»
La sublimación de su espíritu no alejó a Latapí de la ruda realidad en la que optó por insertar su misión. En vísperas de morir, al tanto de los acontecimientos cotidianos, tenía claro el poder del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación y pudo decir:
«Excede el propósito de esta glosa exponer mis opiniones sobre la relación entre el SNTE y el actual gobierno (el del presidente Felipe Calderón). Sólo apunto brevemente que considero lamentable el maridaje político que este gobierno decidió establecer con el SNTE en pago a un pretendido apoyo electoral que recibió de ese gremio; se ha abierto así la puerta a un cogobierno público SEP-SNTE sobre la educación. Sobre esta base, la exsecretaria Josefina Vázquez Mota se lanzó a configurar un acuerdo (la Alianza por la Calidad Educativa) que, de hecho, hizo a un lado el programa sectorial de este sexenio; aunque muchos puntos y programas de esta alianza están adecuadamente seleccionados, el acuerdo mismo será ineficaz debido a que el SNTE, como lo ha demostrado, no procede con lealtad a cumplir sus compromisos, sino que utiliza la alianza para sus fines políticos.
«Lo que observo hoy al respecto es desalentador: aunque desde hace muchos años la política educativa se movía en el terreno de las complicidades necesarias entre el SNTE y la SEP, no se había llegado como ahora a legitimar política y públicamente el contubernio entre ambos.»